Respeto a las boinas caladas, sobre los surcos de la vida. Las palabras pausadas, de manos sarmentosas. Miro con el corazón e intento comprender y entender. Cuando escucho el habla sobria, en los carasoles sorianos. Sus recuerdos.
Siento el olor de esa rosa. Rosa roja. Ilusión de manos femeninas, que perdura con el paso del tiempo. Por el cristal se deslizan gotas de agua, mejillas resbaladizas y ojos colorados.
El canto amoroso, del mirlo blanco, entre las hojas verdes, destinatario busca. Allí están, algunos nada más. Humilde primavera soriana.
Juventud e ilusión de la mano. Libertad para elegir, el suelo donde poder vivir. La esperanza de que otros hasta allí llegarán. Flores variadas, junto a árboles majestuosos. Contrastes. Comprensión y solidaridad. Hogares nuevos, por mí valorados. Animemos el esfuerzo.
Y se escucha el sonido del agua, en la modesta cascada, cuando la vida vuelve.
La mies y la hierba agostada. Ocres movidos por el viento, Bajo la vieja carrasca sestean, las pocas merinas que aún quedan. Allí han vuelto, algunos nada más. Verano soriano de recuerdos.
A las raíces de su sangre. El olor a hogar en el aire. El olor a pan cocido en el horno comunal y el guiso a fuego lento, en la chimenea baja.
Reunión familiar en las noches. Comunicación oral, usos y costumbres, palabras en el aire.
Y el viejo reloj de pared, nuevamente marca las horas.
La algarabía hermosa de los niños. El sonido del silencio, mientras tarareo en voz baja una canción.
El agua corriente corre, por el grifo del progreso.
Transición de tonalidades, en los árboles de la ribera. Hojas verdes, rojas y amarillas, cuando el día acorta. El viejo membrillar de secano aún da, sus frutos carnosos. Volverán, otros colores volverán para ser contemplados. Esqueletos de piedra en equilibrio, movidos por el viento, en el otoño soriano.
En la cocina un calendario ennegrecido, marca el tiempo detenido. Cántaro rojo, cántaro negro y botijo. El agua espera, en la carcomida cantarera, tras las cortinas.
Allí queda el silencio, muchos sentimientos afloran en el silencio. La memoria de nuestros mayores, con detalles que perduran. Nombres y fechas. Mensajes en piedra, en yeso o en vigas de madera. Emociones que florecen, en la soledad deseada. Expolio, amantes sin escrúpulos de lo ajeno. Pensamientos contradictorios, ante las ruinas. Flores de plástico, bajo cruces oxidadas.
Nos hemos acostumbrado, nos han acostumbrado, a un mundo en que la inmediatez se ha convertido en religión. Las redes sociales han sustituido a las relaciones interpersonales. Lo urbano se impuso, lo impusieron, sobre lo rural. El asfalto ha sustituido a la tierra. La apariencia y la realidad. El fondo y la forma. Y poderoso caballero, …
Y del patrimonio cultural. ¡Hay el patrimonio! de eso no hablemos. Alguna batalla ganada, pero desgraciadamente la guerra perdida.
Haz el camino sin prisa. Encuentra la belleza en la sencillez, en los pequeños detalles. Yo me sorprendo y me conmuevo.
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