En un pueblo de Soria, hará aproximadamente una treintena de
años, vivía solamente una mujer. Vivía sin luz ni agua corriente, con su huerto
y sus gallinas. Era octogenaria, conversadora, alegre y digna.
Cuando llegaba el mes
de diciembre, acompañado de un buen amigo, solíamos hacerle una visita. Esos momentos
de compañía y amena charla en torno a la lumbre fueron de lo más enriquecedores
para mí.
Unas navidades polvo a la tierra en el pueblo que le vio
nacer. En primavera seguirán brotando bellas flores.
Y más piedras caídas testigo del pasado.
En otro pueblo de Soria, distinto del anterior, habita
únicamente una octogenaria. Vive sin agua corriente ni luz.
Con el mismo amigo
y mi hija fuimos a visitarla. No daré más datos, ni del pueblo ni de la visita. Respeto máximo por mi parte a
su intimidad, a su soledad, a su decisión de vida.
Un hasta luego, un hasta pronto, se oyó en el silencio de la sierra.
Ella continúo sentada en el viejo poyo de
piedra. Sujetando entre sus manos sarmentosas la vieja garrota, amiga íntima en
el destino. Absorbiendo los tenues rayos
de sol del frío invierno soriano. Pana cubriendo su cabeza, la experiencia de una vida.
La mirada clavada en horizonte. El pasado, recuerdos y vivencias. El tiempo, el tiempo.
Y luego el
silencio deseado.
Día enriquecedor para mi hija como lo fueron, en su momento, esos otros días para mí.
Y nos marchamos y continuamos en silencio.
Por deseo de mi hija, y con el mismo amigo, volvimos a
visitarla estas navidades de 2016. Conversación de mañana. Paseo por la
soledad de la sierra, por la belleza de su paisaje. Volvimos al pueblo y
dialogamos por la tarde. Allí quedó con su luto y su dignidad.
Otro hasta
luego se oyó en el silencio de la sierra.
Un día, del mes de diciembre de 2018, volví. Fui acompañado de juventud, de alegría e ilusión. Unos presentes y una amena charla, de compañía. La fusión en armonía, durante unas horas, de dos formas de vida.
Otro hasta luego, se oyó en el silencio de la sierra.
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