Siempre me impresionó que estos mastines de apariencia tan
fiera, fueran tan mansos con el ganado. ¿Cómo no muerden a los corderos o las
ovejas? La respuesta: porque son amamantados con la leche de ellas. No sé si sería
verdad o era para calmar mi curiosidad.
Esos mastines con carlancas que protegían al rebaño en los largos viajes,
de ida y vuelta, a los invernaderos o a los agostaderos, y que a veces duraban más de treinta días. El ganado solía caminar unos 25 kilómetros por jornada. La
lobada estaba presente continuamente, pero el peligro aumentaba al cruzar el
temible Despeñaperros.
En la oscuridad de la noche cuando el ganado era encerrado
en la red, la manada de lobos acechaba. Ahí estaban vigilantes los poderosos y
fieles mastines. Bordeando la red se ponía una cuerda a media altura sujetada
en estacas, el lobo tenía miedo a pasar por debajo y era más fácil la defensa.
Quizás también era para calmar mi curiosidad.
Mastines que me han recordado el romance pastoril de: “La Loba Parda”. Ese romance trasmitido la mayoría de las veces de abuelos a nietos, al calor de la lumbre del hogar. De trasmisión oral, hay varias versiones tanto en el norte como en extremos, aunque no difieren mucho entre sí. Esta versión se recitaba por los ganaderos trashumantes de San Andrés de San Pedro. (Soria.)
Estando en la mía choza pintando la mi cayada, las cabrillas
altas iban y la luna rebajada; mal barruntan las ovejas; no paran en la majada.
Vi de venir siete lobos por una oscura cañada. Venían echando a suertes cual
entrará en la majada; le toco a una loba vieja, patituerta, cana y parda, que
tenía los colmillos como puntas de navaja.
- ¿Dónde vas, loba maldita? ¿Dónde vas, loba malvada? - Voy
por la mejor borrega que tengas en la majada. - Tengo yo siete cachorros y una
perra trujillana, y un perrito, el de los hierros, que para ti sola basta.
- Ni tus cachorros ni tú, ni tu perra trujillana, ni tu
perro el de los hierros, para mí ninguno basta, porque tengo yo unos dientes
que cortan como navajas.
Dio tres vueltas al redil y no pudo sacar nada; a la otra
vuelta que dio, sacó la borrega blanca, hija de la oveja negra, nieta de la
orejisana, la que tenían mis amos para el domingo de Pascua.
- ¡Aquí, mis siete cachorros; aquí, perra trujillana; aquí,
perro de los hierros, a correr la loba parda!
Que si me cobráis la borrega, os daré cena doblada, más si
no me la cobráis, cenareis de mi cayada.
Los perros tras la loba las uñas se esmigajaban; siete
leguas la corrieron por unas sierras muy áridas. Al subir un cotarrito la loba
ya va cansada.
- Toma, perra, tu borrega sana y buena como estaba. - No
queremos la borrega de tu boca alobadada, que queremos tu pelleja pa el pastor
una zamarra; y el rabo para correas para atarse las abarcas; de la cabeza un
zurrón para meter las cucharas; las tripas para vihuelas para que bailen las
damas.
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